Todos nos estamos comiendo uñas porque es el día de las elecciones. La incertidumbre está a la orden del día. Yo he tomado mi decisión, voy a votar por el Dr. Braulio, el mejor presidente que ha tenido este país. En la mañana salí a caminar. En la calle había mucha tensión, lo sentía en las miradas agachadas de transeúntes envueltos en gabardinas, en el ligero temblor de los labios, en los rostros entumidos al ver las noticias desde los escaparates de las tiendas de electrodomésticos. Ya nadie quería conversar al respecto, todos teníamos miedo, revelar la intención de voto es un riesgo innecesario, en especial después de la desaparición de aquella chica del megáfono que se colocaba en el centro de la plaza a hablar pestes del Dr. Braulio, el mejor presidente que ha tenido jamás este país. Nadie quiere acabar como esa chica. En un principio no le daba mayor importancia, y mi inclinación electoral era bastante neutral, casi rayando en el azar. ¿Es que qué diferencia hay entre uno y otro? ¿Acaso no es lo mismo? Pero, después de escuchar sus monólogos, mientras esperaba el tranvía que me llevaba al trabajo todas las mañanas, me enfadé, me indigné, debía tomar una decisión. Tras aquella campaña de desprestigio no me quedó más remedio que darle el voto a ese gran hombre, al Dr. Braulio, al salvador de este país. Me detuve al frente del escaparate, horas antes de emitir mi voto. En esta contienda no existen restricciones en la propaganda, sale uno de votar y sigue el bombardeo mediático, es cruel, pero entendible, si yo estuviese en esa papeleta no querría desperdiciar ni un segundo, cada voto cuenta. En la pantalla bañada en estática, de compartir la señal con los demás televisores, se mostraba una señora, con su cabello castaño teñido, su rostro hinchado de tantas neurotoxinas que se había inyectado en la vida. Parecía una señora decente, vanidosa, pero decente. Las características mencionadas antes me impedían empatizar con ella, su rostro apenas cambió cuando las lágrimas recorrieron sus mejillas. Una propaganda de súplicas. Pidiendo a toda la audiencia que consideraran al Dr. Braulio, el padre de familia más ejemplar, el esposo modelo. A mi lado, un sujeto de sombrero de fieltro que le tapaba los ojos exhaló el rancio humo del cigarro que arrojó al piso. Lo aplastó con la puntilla de un zapato perfectamente lustrado. Alzó la mirada, se aseguraba de entablar contacto visual conmigo, negó con la cabeza, con una mueca de desprecio. —¿Está escuchando esas patrañas? —me dijo, con una voz ronca pero aguda. Era una pregunta retórica. No me atreví a contestar, cualquier respuesta, cualquier gesto puede ser vinculante, con esta gente nunca se sabe. Aquellos zapatos me pusieron los pelos de punta. Preferí no seguirle el juego, que lo que me juego yo es el pellejo, no quiero ser esa chica, no quiero desaparecer. Asisto a la urna, como dicta la ley, porque las penas por no hacerlo son severas, cierro el pico y me devuelvo a mi casa. Me cubrí medio rostro con la bufanda. Aún consciente del peligro, temí delatar mi intención de voto involuntariamente. Me di media vuelta y seguí mi camino. Con frecuencia echaba vistazos a los ventanales de las tiendas para asegurarme de que aquel personaje no me perseguía. Llegué a una esquina, esperé a que el oficial de tránsito hiciera la seña para el cruce de peatones. Arriba de él, en el balcón de un hotel finísimo esquinero, se había instalado una pancarta enorme en apoyo al Dr. Braulio, el mejor doctor que ha existido. Cuánto dinero, cuánto despilfarro, ¡cuán grande debía de ser aquel presupuesto! Quizá los rumores eran ciertos, de todos los remates en sus bienes raíces, empresas y su rara colección de autos deportivos. Todo sea por alcanzar un resultado favorable. Es hasta estas alturas que se les conoce a profundidad. Todavía recuerdo la primera denuncia popular de la desaparecida. De cómo él malversaba los fondos de ministerios creados por su partido. Inflaban los salarios de funcionarios elegidos a dedo, salarios que acababan en fondos de inversiones para sus propios intereses. El Dr. Braulio, el inversionista más astuto. También recuerdo otro de los monólogos, cuando él concesionó a favor de ciertas constructoras, las juntas directivas de estas constructoras siempre eran lideradas por el Dr. Braulio, el hombre de negocios más sagaz. Podría seguir y seguir, describir cada una de sus aventuras de explotación y acaparamiento, de sobornos y extorsiones. Todas explicadas en lenguaje común por aquella chica. Estoy seguro de que ella también podría seguir y seguir, de no ser porque la desaparecieron. El foso parecía no tener fin. Pasarán los años después del día de las elecciones y seguirán escarbando. —Se lo buscó —escuché a mi jefe decir unos días atrás. Ya es de tarde y mi decisión está tomada, no importa lo que haya al otro lado, mi voto es para el Dr. Braulio. Marqué la equis en la papeleta y la deposité en la urna. Agradecí a las fiscales presentes, y les deseé buena tarde. Ninguna de las dos respondió. Todos cargamos algo de culpa. Emitir un voto no es tarea fácil. Mi tía es una de esas mujeres devotas, de esas de exceso de sobrecarga de consciencia, y entre familia siempre nos ha insinuado que le hace al voto nulo. —A mí que no me pongan a cargar con esa culpa —dice cada vez que tiene la oportunidad. Nosotros le decimos siempre que baje la voz, que no sabemos que se oculta dentro del cajón del televisor. ¿Será realmente pecado elegir? Hay quienes dicen que sí. Voces que han sido silenciadas de una u otra forma. Ya son las ocho de la noche, pronto todo va a acabar, ya las campañas caducaron y las campanas comenzaron y la gente se moviliza para ser testigos una vez más de esta… ¿Fiesta?, democrática. Hay algo todavía más fuerte que la culpa: el morbo. Por primera vez he decidido asistir al gran escenario donde se anunciarán los resultados. Allí arriba, bajo la luz blanca de los reflectores están el Dr. Braulio y su contrincante. Hay una armada de oficiales de seguridad en el perímetro. Lo sé, lo sé, lo sé, algo me lo dice, el Dr. Braulio va a obtener la mayoría de los votos. ¡Lo sé! Mi corazón está palpitando, no rápido, sino fuerte. Lo siento en la sien. ¿Qué sentirán ellos dos? Se les nota inquietos, encandilados, con gestos nerviosos de puños cerrados y traqueas tragando una saliva inexistente. El fiscal general ha dado la noticia: —Con un total de 213,000 votos, el Dr. Braulio obtiene la mayoría necesaria en estas elecciones. Agradecemos a todos los participantes. Hacemos de este país un lugar mejor. El público hace erupción. Es como si todo lo que nos hemos callado durante la campaña estallara en ese momento. El peligro de ser desaparecido ya no existe. Los guardas se acercan a cada lado del Dr. Braulio, quien está pálido de tanto sentimiento, sus ojos rojos de tanta lágrima. Siempre se dijo que era un hombre que valoraba la dignidad. Es por eso que rechazó la escolta de los guardas, en su lugar, lo acompaña su esposa, también en un llanto profundo. No sé a qué viene ese gesto inútil, pero supongo que las apariencias hay que mantenerlas. Sus dos hijas de seis y doce años no se ven en ninguna parte, será una vida muy peñascosa la que vivirán a partir de hoy. Finalmente, sus piernas ceden, cae arrodillado. Asoma su cabeza a través de la ventanilla. La audiencia expectante hace silencio. El fiscal da la señal al verdugo y este activa el mecanismo disparador. Y con un chirrido agudo, la navaja desciende sobre su víctima.

Relato: Día de las Elecciones

Los cuatro finalistas del PLAS2021: mis reseñas

Memorias desde el Futuro

Premio Literario Amazon: Aprendizajes y Agradecimientos

Delfino: El costarricense Isaac Mariano: finalista del Premio Literario Amazon Storyteller 2021

El Cultural: Del thriller a la distopía: los finalistas del Premio Literario Amazon

Antes de comenzar es necesario aclarar que tengo un sesgo tremendo por las películas que ha dirigido Denis Villeneuve, desde Prisoners, Sicario, Arrival, Bladerunner 2049 y ahora Dune. No he visto todas sus películas, por razón de que soy un procrastinador en todo el sentido de la palabra y todo aspecto de mi vida. Es difícil, y trato de remediarlo poco a poco. El otro día leí un titular, era tan terrible que leí el artículo y estuvo aún peor. Denis Villeneuve decía, más o menos algo como: “el milagro de Bladerunner es que estoy sentado aquí, aún sigo haciendo películas”. Y es de las cosas más tristes que he leído en relación con un artista. Más que triste, me parece injusto (aquí vienen los sesgos) porque, en lo personal, Bladerunner 2049 me ha cambiado la vida. Entiendo la óptica de que una película debe recuperar la inversión, es matemática básica, pero es que, a ver, yo pienso en Bladerunner y me dan ganas de escribir. Philip K Dick, con Do Androids Dream of Electric Sheep? me inspira a escribir (como lo hacen muchos otros autores y autoras), el soundtrack de Hans Zimmer me inspira a escribir. No es solo la música, son las imágenes, el tono, la reflexión. En lo que a mí respecta, Bladerunner es un estado de mente. Eso para mí es un milagro, aunque uno pequeño, quizá insignificante. Pero estoy seguro de que Denis Villeneuve y todos los que trabajaron en Bladerunner han causado incontables milagros pequeñitos de ese tipo en mucha gente. Y bueno, no les voy a venir con elitismos, con que deberíamos de ver estas películas y no las otras, eso no tiene caso, esas discusiones nacen desde el ego y la inseguridad y no terminan en nada más que alejando a audiencias. Lo único que digo es, que si nos podemos dar el gustito y el tiempo de ver más películas pues que lo hagamos, porque vale mucho la pena. Hoy vi Dune. Admito que leí el libro solo por y después de que anunciaron que Denis Villeneuve iba a dirigirla. Lo que les venía diciendo de los pequeños milagros. Es que leer un libro es diferente a ver una película en cuanto al tiempo invertido (y esta es una de las razones por las que mi libro es tan cortito). Desde el anuncio estuve evangelizando. A los que leen les decía que leyeran el libro antes de la película. A los que no, que el libro es increíble y que, sumado a la dirección, pues la expectativa es alta y que ojalá le dieran la oportunidad. Algo que siempre me ha gustado de las películas de Denis Villeneuve es la ejecución magistral de esos giros en la argumentación. Son como una bofetada imprevista. El caso de Dune fue diferente, ya leí el libro entonces sabía los giros. Por lo tanto el enfoque era distinto, estaba más enfocado en cómo él iba a plasmar en la pantalla ese Arrakis. De qué otras formas me iba a sorprender. Estuvo impresionante. Lo lamento, ese es mi review sin spoilers. ¿Es que qué puedo decir sin hablar de las inevitables comparaciones entre el filme y el libro? Bueno, puedo decir otra cosa, Hans Zimmer lo ha hecho de nuevo. Luego, de Greig Fraser he visto muy poco (Lion, Vice, Rogue One) pero uf, después de hoy voy a pelar más el ojo. Eso fue. El domingo si todo sale bien iré a verla de nuevo, esta vez con mi mamá, que no es tan fan de la ciencia ficción a como si lo es de la fantasía. Lo que les digo de la evangelización, me siento como convirtiéndola, y quién sabe, quizá se dé otro de esos milagritos.

Hablo de Dune, sin spoilers (en realidad hablo de Bladerunner)

¡Terminal 01 está entre los cinco finalistas del Premio Literario Amazon Storyteller 2021!